jueves, 1 de abril de 2010

Malvinas un sentimiento argentino. Priorato General de Argentina. Orden de los Caballeros de Su Santidad el Papa "San Ignacio de Loyola"

Capitán General de la provincia de Salta

“Olvidar los servicios y los sacrificios, revela un principio de ingratitud, que ni por virtud pública ni privada, está excluida de la moral".
(José de San Martín)
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Al hacer correr las hojas del almanaque surge una fecha muy cara al sentir nacional: la gesta del 2 de abril de 1982
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Se me presentó una serie de interrogatorios para elaborar la este homenaje a quienes ofrendaron su vida por la tierra que los vio nacer avasallada una vez más por los ingleses: ¿una referencia histórica de los hechos desde cuando el marino y cosmógrafo florentino Américo Vespucio avistó en una de sus tantas expediciones las islas Malvinas, originando que por sus relatos amenos y rigurosos de sus viajes se propagó el concepto de un nuevo mundo, distinto del descubierto por Cristóbal Colón, el alemán Martin Waldseeüller fue el primero en denominar América a nuestro continente? ó ¿Qué ocurrió cuándo en 1520 el piloto Esteban Gómez de la nao conocida popularmente San Antón al sublevarse contra el capitán de la nave Álvaro de la Mezquita –primo de Hernando de Magallanes- a quien Gómez lo hizo prisionero? o bien ¿cuándo en 1588 Inglaterra se apoderó de los mares para acometer a los españoles y obstaculizar su comercio a la par que los piratas británicos se precipitaran con sus fechorías por las rutas marítimas frecuentadas en el siglo XVI?.
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Nada de ello me atraía para volcar en el papel el intento de recuperación de las islas del Atlántico Sur.
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En otras oportunidades y por diferentes medios periodísticos ya me había expresado en extensión sobre el particular. Pero, ¿qué hacer?
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La guerra que se niega
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El camino escogido es el de pretender sólo tributar el justo reconocimiento, a través de esta columna, a quienes a través de los años, defendieron la soberanía ya en el período colonial y años después cuando nuestra actual nación había conquistado su independencia.
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Me he propuesto no distraer la atención del lector puntualizando los numerosos rechazos que se efectuaron desde la mitad del siglo XVIII por parte de milicianos, soldados de línea y tropas regulares para frenar las aspiraciones de ingleses, portugueses y franceses, entre otros, ante la pretensión de ocupar militarmente nuestro territorio.
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Sobre estas epopeyas se escribieron historias e historietas, estas últimas hasta llegaron a crear factores de desaliento y de anomías sociales. Cabe aquí consignar recordar a León XIII cuando dijo: “Que tengan, sobre todo, presente que la primera ley de la historia es no atreverse a mentir; la segunda, no temer decir la verdad; además que el historiador no sea sospechado de adulación ni de animosidad”.
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La guerra de las Malvinas siempre será motivo de gratitud y de fidelidad a los hombres que lucharon valientemente –algunos ofrendando hasta sus vidas- para reintegrar las tierras usurpadas al patrimonio de la Nación. Los soldados, los veteranos de guerra, padres y madres son una prueba viviente del sentimiento de un pueblo.
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Aquí es necesario tener presente cuando Colonia Sacramento, Buenos Aires y nuestro sur patagónico fueron escenarios de grandes luchas donde el valor de mujeres, hombres y niños dieron testimonio de nuestro ser nacional.
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En todos los casos el espíritu guerrero, el amor por la libertad y la valentía de un pueblo son los que causaron en muchos casos pánico y estupor a las fuerzas invasoras.
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Retrotraigámonos en el tiempo y evocar a cuantas mujeres, hombres y niños, al conocer la realidad de una guerra imprevista, lograron en el momento de partir a sus futuros combatientes un rosario, una estampa, una medalla. Todos con el rostro humedecidos por las lágrimas que brotaban de sus ojos con el “adiós, hasta pronto… que Dios te bendiga”.
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A los veteranos de guerra ¿cuántas veces les habrán revoloteado por sus mentes aquellos peores momentos, estando atrincherados sin siquiera poder ver la cara de sus compañeros, y presintiendo que nada podría ocurrirles? Que el rosario de cuentas negras que le alcanzaron antes de trasladarse con destino incierto de la zona austral del continente aún se encontraba colgado del cuello y lo podían tocar.
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¿Cuántas veces parado frente a un espejo, ya rodeado de sus seres queridos, ha pensando: “No soy un héroe; soy uno más que le tocó vivir de cerca esta guerra…? Estuve en Darwin y en Ganso Verde donde vi morir a muchos ingleses y también como morían mis compañeros, mis amigos, mis hermanos…?”

¿Cuántas veces habrán rememorado de la impresión que les causó cuando con un mes de instrucción le cambiaron el uniforme marrón de fajina por el equipo de combate? Cuando le alcanzaban cartas de gente que no conocía.
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Por ejemplo aquella que se encontró en el bolsillo de una chaqueta de un desconocido soldado muerto en unos de los archipiélagos del Atlántico Sur donde podía leerse lo siguiente:”Me imagino lo que estarás pasando allí, lejos de tu casa, con frío, sufriendo privaciones e incomodidades; pero defendiendo a tu Patria, a Nuestra Patria. Yo soy madre de cuatro hijos varones de 15, 14, 12 y 9 años; que vive cómodamente aquí en Salta, mientras tú estás allí. No creas que estás solo, ni están solos, pues aquí todos pensamos en ustedes día y noche y rezamos por ustedes, pero ahora voy a rezar especialmente por ti, mi soldado de las Malvinas, para que el Angel de la Guarda te proteja y te ampare. Adiós querido Soldado Desconocido. Recibe un gran abrazo de una Madre Argentina”.
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No puedo olvidarme además de la reacción del pueblo ante los acontecimientos acontecidos en 1982, oportunidad donde echaron raíces de heroísmo y derroche de coraje los pilotos, marinos y soldados argentinos para enfrentar a la muerte en el cumplimiento de su misión, como era la de recuperar las Islas Malvinas, Gerorgias y Sándwiches del Sur.
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Ni cuando se conoció la noticia que efectivos de la infantería de la Marina habían puesto sus pies en el territorio usurpado la repercusión popular fue de marcado entusiasmo en razón que se había concretado una constante protesta que había superado el siglo y medio. El pueblo ganó las plazas al grito de ¡Argentina!... ¡Argentina! y “El que no salta… es un inglés”. El aire se trasladaba las voces a todos los confines de América y desde las diferentes naciones había pronunciamientos de adhesión por esta maniobra libertadora.
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Las noticias provenientes del frente bélico ocupaban gran parte de los diarios y, como así, de los espacios de las radios y de los canales de televisión. Pese a que el enemigo invasor estaba respaldados por espías desde los satélites y por las grandes potencias. Esos contrastes no aplacaron el entusiasmo y la adhesión patriótica de todo un pueblo.
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En toda la geografía de la república se coordinaron colectas y donativos de ropa de abrigo y alimentos para los combatientes. En el sur argentino se cumplió un acto oficial con la concurrencia de las primeras figuras del quehacer nacional tanto en el campo político, sindical, deportivo y hasta de conductores de opinión que en aquel estaban sumergidos en una idea triunfalista.
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Los aviadores tanto de las Fuerza Aérea como de la Marina alucinaron al mundo por su audacia. El hundimiento del “General Belgrano” por un submarino nuclear puso en evidencia la inconsistencia de nuestra Marina para este tipo de hazaña.
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La desazón que embargó quienes estaban en zona de batalla recibió la orden de un oficial de suspender el fuego porque había una rendición. No querían sentirse vencidos y querían seguir luchando frente a un enemigo que atacaba con armamento altamente sofisticado y un equipo de defensa excelente.

El 2 de abril de 1982 forma carne de la carne de nuestra generación. Y cuando se calle el debate sobre la oportunidad y la conducción de la guerra de las Malvinas, este hecho central, arrancado para siempre del ayer, seguirá inalterado y vigente en la conciencia y en el sentimiento de cada uno de los argentinos.
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Desde las profundices del océano. Desde las sepulturas extraviadas entre la soledad de los archipiélagos; aquella juventud está a la expectativa que nuestras vidas den sentido argentino a sus muertes.
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 GENERAL SOBERANA COMPAÑÍA DE LOYOLA
FUNDADOR DE LA ORDEN DE CABALLERÍA


San Ignacio Lazcano de Loyola fue en un principio un valiente militar, pero terminó convirtiéndose en un religioso español e importante líder, dedicándose siempre a servir a Dios y ayudar al prójimo más necesitado, fundando la Compañía de Jesús y siendo reconocido por basar cada momento de su vida en la fe cristiana. Al igual que San Ignacio, que  el Capitán General del Reino de Chile Don Martín Oñez de Loyola, del Hermano Don Martín Ignacio de Loyola Obispo del Río de la Plata, y de del Monseñor Dr Benito Lascano y Castillo, Don Carlos Gustavo  Lavado Ruiz y Roqué Lascano Militar Argentino, desciende de Don Lope García de Lazcano, y de Doña Sancha Yañez de Loyola.

Cuerpo Socorro Argentino
cuartelmaestre@gmail.com
ordendeloyola@gmail.com

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